viernes, 26 de marzo de 2010
Creía que el trayecto Jakarta-Pangandarán iba a ser sencillo. Ya desde mi destino, miro atrás, y creo que Harrison Ford lo tuvo mas fácil en el templo maldito.
Tras el consejo de Ritalie (con quien pasé tres inolvidables días en Jakarta, junto a su familia y amigos, geniales todos, indonesos con descendencia china) madrugué para coger el tren de las 8,30 que, en teoría, me llevaría a Ciamis tras 7 horas de trayecto. Desde allí tendría que coger un bus hasta Pangandarán.
En principio me extrañó que el precio del tren era excesivamente barato (euro y medio al cambio aprox., el tren "economico", ya que los otros trenes estaban llenos y si quería estudiar otra opción de transporte, debía esperar otro día al menos).
Al encontrar mi asiento, me di cuenta que la gente me miraba con curiosidad: yo era el único europeo en todo el tren.
Ya a la media hora estabamos parados, pero es que, cada 15 minutos el tren se detenía, y no paraban de subir y bajar comerciantes de todo tipo, ofrecíendo toda clase de productos... juguetes, bollos, bebidas, frutas, cremas, camisetas... gritando con su intención de llamar la atención, poniéndote sus articulos en la cara... café, enchufes, guisos típicos, peluches, abanicos, pinzas, zumos...llegaban con sus entantes y los colgaban en los portamaletas, sin importarles si sus turbantes, cd´s o frutos secos te impidieran seguir leyendo o hablando con tu compañero de asiento. Así todo el viaje... por lo visto es lo normal.
Lo que no lo es tanto es que nos detuvieramos o nos desplazaramos a ritmo de tortuga cuando pasamos por diversas zonas afectadas por el último terremoto .
Musicos ambulantes, travestis con panderentas, mendigos, invidentes cantando con su micrófonos y altavoces a cuestas y los chavales que cada dos horas barrían (o lo que sea) la cantidad de basura que la gente producía y tiraba al suelo, también participaron en esta dantesca obra de teatro movil.
Sin mas ventilación (ni por supuesto, aire acondicionado) que las ventanillas abiertas, parábamos en Kiara Condong cuando ya anochecía. Y dejó de preocuparme la hora a la que llegaría (a donde?), ni donde dormiría, ya que tras escuchar historias que han ocurrido en este lugar en los últimos años, tras ver las formas en que la gente subía a mi vagón, tras recordar atentados y actos terroristas que por aquí se han llevado en los últimos años, me daba la sensación que la gente me miraba con una inquietante mezcla de curiosidad y estrañeza.
Al rato, un niño pasaba dejando un panfleto a cada viajero, y acto seguido un megafono anunciaba el comienzo de unos rezos que se prolongarían por mas de 15 minutos.
Tras escuchar entre mis compañeros de viaje, varias versiones sobre la idoneidad de la parada en la que bajar, para desde allí conectar con mi siguiente destino, decidí hacerlo en Banjar (también porque eran las 21.30 y en este pueblo me comentaron que hay varios hotelillos cercanos, donde hacer noche en caso de no puder continuar viajando).
Alguna anécdota mas me ocurrió antes de subir a la moto de un tipo muy majete que a cambio 80.000 pesos (6 euros) me acercó con su moto la hora y media que nos separaba de Pangandarán. Un trayecto bajo estrellas, entre montañas, con la brisa y el olor del mar que me avisaba de los que estaba por llegar...
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