(un reojo a lo hecho y...paso adelante!)
A fuerza de mudarme
he aprendido
a no fijar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar sólo lo justo.
He aprendido a respetar
huellas
las de viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una bolsita de jabón en la baño
que dejo en su lugar
aunque me estorbe.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
hasta cuando, esta vez,
he de quedarme.
Dejo que la mudanza
se disuelva
con mi dolor de cabeza,
no quiero hacer ruido.
Gracias, viejos inquilinos,
por aquellos pasos,
aquellas vivencias,
aquella luz.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún arañazo
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver.
Y de reojo otro gracias,
al hogar que
durante un año y para siempre
vio llegar a nuestro tesoro mas preciado.
Aquel que tiene la fuerza
de detener al mayor de los nómodas,
de invitar a asentarse
y guardar maletas
en la mas inaccesible estantería.
Meditar en el cálido reposo
por mucho tiempo...
al menos hasta mañana.